jueves, 15 de noviembre de 2012

Estaba el hombre sentado en el fondo del colectivo. Su piel era morena, su cabello oscuro. No llamaba la atención y no tenía nada especial. Miraba por la ventana, miraba al interior del colectivo, miraba y pensaba. Despedía un olor agrio. Una mezcla de olores que provocan que se le arrugue la nariz a quien lo huele. Vino, suciedad y quién sabe qué otras cosas. Del otro lado, la mujer gorda, que parecía sentirse mal, muy mal, o al menos eso quería mostrar. Tenía olor a jabón y a ropa limpia. Su cabello era tan oscuro como el del hombre, era largo y estaba enredado. Toda vestida de negro tampoco llamaba la atención. Y en el medio de ambos, yo. No podía concentrarme en mis pensamientos, los colectivos me distraen mucho, más cuando hay tanta gente a la que observar. El olor nauseabundo del hombre que estaba a mi izquierda me mareaba por momentos, y en mi interior me debatía entre levantarme (con la desventaja de quedar apretada entre la gente que llenaba el colectivo, pero al menos alejada de tal olor) o quedarme sentada, con la cara hacia la derecha, intentando aspirar el aroma que provenía de la mujer gorda y limpia. El hombre sacó su moderno celular, y comenzó a escuchar música sin auriculares. Tapaba el parlante del aparato con la palma de su mano, para amortiguar el sonido quizás. La música era agradable, algunas canciones eran bien conocidas por mí. Al menos uno de mis cinco sentidos la estaba pasando bien. Mientras tanto la mujer gorda había empezado a pasarse una crema por su mano izquierda. Cualquier olor era mejor que el del hombre, así que yo, agradecida, me concentré en recibir el de la crema. Mientras mis pensamientos iban y venían, el celular del hombre empezó a reproducir una hermosa canción que ya tan solo con su introducción depositó sobre mí una pesada bolsa de recuerdos y sensaciones. De repente me invadía una profunda depresión. Esa canción significaba mucho para mí. Desde chica la escuchaba seguido, por lo que siempre me trae recuerdos de la infancia. Pero eso no era malo, esa clase de melancolía es, en cierto punto, agradable. El problema estaba en que en el último año esa canción y todas las pertenecientes a esa misma banda me hacían acordar a mi último amor. Y esa canción precisamente había estado presente en uno de los momentos más felices que recuerdo haber pasado con él. Mi herida está todavía abierta, es muy reciente y profunda. Todavía no pasó un mes desde que comenzó a sangrar. Cualquier detalle, cualquier recuerdo, cualquier cosa referida al tema me pone mal, me deprime, me hace llorar. Y tuve que concentrarme mucho en ese colectivo para no empezar a derramar lágrimas ridículas y pesadas. Cuando ya faltaba poco para llegar a mi parada, esa canción terminó y empezó otra de la misma banda. Nuevamente una ola de recuerdos cargados de los más profundos sentimientos, se apoderó de mi mente, mi alma, mi ser. Un amor que empezaba, felicidad, un viaje, otro, salidas, confianza, paz, infinitos besos, un recital, peleas y reconciliaciones, risas, llantos, y finalmente, un triste adiós. Todo el último año y medio de mi vida pasó por mi cabeza en ese instante cruel. Y ya nada existía en ese colectivo, ni el hombre con olor, ni la mujer gorda, ni la gente que se había acumulado, nada. Sólo la música, mi tristeza y yo. Bajé del colectivo antes de que terminara la canción y caminé hasta casa. Una vez ahí, lloré. Lloré como lo había hecho en las últimas semanas, lloré sabiendo que iba a volver a llorar en los días siguientes, lloré y dejé que una parte más de mi alma muriera. Pronto no quedará nada de este corazón lastimado, y renacerá más fuerte que antes. Sólo queda esperar.

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