domingo, 19 de junio de 2011

Me gustan las construcciones viejas. Esas casas con puertas y ventanas altas, con el frente bien trabajado y ornamentado, esas que se ven cada vez menos, esas que contrastan con los edificios modernos que se construyen alrededor, esas que parecen contar a gritos su historia... Las miro y no puedo evitar imaginar la época en la que parecían modernas, donde las vestimentas de las personas eran distintas, y los transportes también, incluso los modales, las formas de vida, las costumbres. Sólo con observar construcciones viejas puedo sentir que tienen una gran historia, años y años de sucesos, miles de personas diferentes que pasaron por ahí, noticias que iban y venían, que salían y entraban por esa puerta, alegrías, tristezas, esperanzas, pensamientos. Ese tipo de casas me atrapa, me lleva a otra época, hasta sentirme parte de ella.
Una de las construcciones que más me atrapó, incluso por dentro, fue el Colegio Nacional Buenos Aires. Eran infinitas las imágenes de otras épocas que se me venían a la cabeza. Los colegios viejos me parecen los mejores lugares para imaginar historias, con miles de alumnos asistiendo a clases, y profesores de todo tipo. Y el Nacional Buenos Aires invita a dejar fluir la imaginación de una manera inevitable. Incluso sus pupitres deben tener sus años, viejos bancos de madera de roble, todos ellos enganchados por filas, con un lugar especial en la mesa para colocar el tintero, y otro para la pluma... ¿Quiénes habrán ocupado cada lugar? ¿Cuántas veces estos bancos habrán presenciado los nervios de los exámenes? ¿Qué es esa marca en el borde inferior? ¿Por qué se habrá hecho? ¿Quién habrá sido el primero en sentarse aquí?
Cada rincón de ese colegio parece tener algo que contar, algo que se vuelve más valioso cuanto más pasan los años... Y cada rincón me parece hermoso, cada detalle en las paredes, cada puerta, cada techo. Todo es tan inmenso, tan detallado, y tan imponente que da gusto apreciarlo... Hoy en día ya no se construye así, los gustos cambiaron mucho, y eso sólo me sirve para valorar más todavia este tipo de construcciones tan antiguas.
Me gustan también las fábricas abandonadas, aunque algunas provoquen miedo, o no queden bien estéticamente... Me inspiran para crear historias, no tengo que esforzarme para imaginar cosas que pudieron haber pasado ahí. Me generan curiosidad, muestran misterio... ¿Cómo habrá sido su inauguración? ¿Qué cantidad de trabajadores habrán pasado gran parte de su vida ahí? ¿Por qué tuvo que cerrar? ¿Cómo fueron sus últimos años? Y esa ventana, ¿por qué está rota?
Buenos Aires está lleno de casas y edificios viejos, de fábricas abandonadas, de colegios con historias, pero nadie lo ve, nadie lo piensa. La mayoría ve una casa antigua, y sólo ve eso, una construcción vieja, diferente a lo moderno, mientras se le van los ojos para los grandes edificios de hoy... Yo en cambio me detengo en cada parte de su arquitectura, disfruto mirándola, y la veo tan especial...

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